La estación perdida

Esta mañana he visto en facebook una publicación de Secretos de Madrid, en ella se menciona una estación «fantasma» dentro de la red de metro de Madrid, la antigua estación de Chamberí, cerrada desde 1966 y hace poco convertida en museo, además ilustran el post con unas fotos que nos trasladan a otro tiempo.

Durante el proceso de creación de mi libro de cuentos Los ríos perdidos me topé con esa historia, una estación cerrada a cal y canto, abandonada y por la que, quizá, aquí empezó la parte de fabulación, pasaban a diario los modernos convoyes a toda velocidad dejando entrever apenas unos segundos esa antigua parada. De aquí surgió un cuento y ahora lo comparto.

La estación perdida

Todos los días acerco la nariz al cristal y espero que vuelva a ocurrir. Pero no, ya no. El tren arranca chirriante y pesado desde la estación de metro acelerando los miles de kilos del convoy y mi corazón. Desde allí, apoyado contra la ventana la había visto sentada en el andén, en otro andén y sonreía. Me sorprendió que aquella estación abandonada apenas visible a través de las ventanas del tren a toda velocidad y por la que pasaba todos los días tuviese luz, aunque tan solo fuese una, aunque tan solo iluminase apenas un metro cuadrado dentro del cual, sentada, relajada, una mujer joven miraba al frente. Llevaba un vestido de primavera, siempre llevaba un vestido de primavera y un casquete en la cabeza, antiguo pero no viejo, que enmarcaba su cara redonda de facciones suaves y sonrisa preciosa. Su aspecto era el de alguien de otro siglo, de otro tiempo.

Sencillamente me enamoré. Al día siguiente volvió a estar allí en el mismo sitio, en la misma posición, con la misma mirada perdida al frente, sin pestañear como si los vagones no pasasen a escasos dos metros de ella. No fue hasta pasados unos días cuando el tren paró en la estación. Una parada técnica, transitoria, una esas paradas de las muchas que se producen entre dos estaciones dentro de los oscuros túneles, pero aquel día mi ventanilla se situó justo frente al halo de luz que iluminaba a la mujer sentada. No podía salir pero sí golpear los cristales, al tercer golpe mis vecinos de vagón me empezaron a mirar con disimulo pero con el disgusto que nos produce alguien que altera el habitual discurrir de la vida urbana. Parecía que no la veían, quizá no la veían, pero yo sí y al quinto o sexto golpe la muchacha pareció despertar de un letargo de años y sus ojos, primero parpadearon y después se movieron hacia mi. Pude apreciar un punto de sorpresa, después de miedo, por último se relajaron y sonrió, sonrió a la vez que yo y mientras sentía el golpe de la inercia del tren arrancando levantó la mano, hasta entonces apoyada con descuido en su regazo e hizo un breve gesto de saludo mientras seguía con la mirada cómo el tren se alejaba de ella.

Después vinieron muchos días, algunos de ellos el tren volvía a parar en la estación fantasma y yo intentaba por todos los medios bajar, incluso llegué a accionar la manivela de emergencia pero la puerta no se abrió y solo conseguí acabar en manos de la policía con la multa correspondiente. Muchos días escribía palabras en hojas en blanco, solo una, a lo sumo dos, grandes como carteles para que ella pudiese leerlas: TE QUIERO, AMOR o bien intentaba darle mi teléfono para poder quedar fuera de allí. Quise averiguar como podía llegar hasta aquel andén, indagué como acceder a aquella estación perdida pero nadie sabía indicarme, desde el metro me dijeron que no había ninguna posibilidad de que persona alguna pudiese llegar a aquel andén, me fui de allí corriendo cuando empecé a oír las palabras SAMUR y pirao.

No la veo desde hace unos días, no está su sonrisa ni su mano delicada para tirarme besos cuando paso. Ahora el andén está oscuro y su banco vacío. Han aparecido unos carteles grises, iluminados por luces de emergencia que anuncian la remodelación de la estación abandonada. Pero yo sé que ella volverá, que está allí en algún lugar, por eso hoy me bajaré en la siguiente estación y cuando nadie pueda verme saltaré a las vías y caminaré a oscuras por el túnel, tan solo guiado por la luz de la linterna de mi móvil y el recuerdo de unos ojos risueños.

Las Derrotas de Elena en SER Historia

Anoche se emitió el programa SER Historia en el que converso con Nacho Ares sobre mi novela Las Derrotas de Elena y la historia de la 9. En verano se emite de 00:30 a 2:30, pero con el podcast podemos escucharlo cuando nos venga bien. Paso el enlace por si a alguien le apetece oírlo. Todo el programa es muy interesante, como siempre, y a partir del minuto 58:14 y durante unos 15 minutos conversamos sobre este hecho histórico tan poco conocido.

Corazas. Cuento histórico I

Siempre me ha gustado la novela histórica, la única novela que tengo escrita puede calificarse así, y siempre me ha gustado la época napoleónica y en concreto lo ocurrido en España, supongo que herencia de la lectura de los Episodios Nacionales de Galdós, por eso escribir un cuento sobre esos tiempos no me resulta extraño. Quizá lo extraño sea el formato, el cuento, pero su técnica y su extensión permiten acercarse a distintas épocas y escenas como a través de una ventana, simplemente para echar una ojeada, mirar a un lado y a otro y pasar al siguiente relato. En Como Pompas de Jabón hay al menos tres cuentos que podrían considerarse como históricos. De momento aquí dejo Corazas, la historia de un soldado francés en la España de la Guerra de la Independencia:

CORAZAS

El sargento de coraceros Benoît Lerroux se levantó sobre los estribos para tener una mejor vista de la llanura. Hacia el oeste se divisaba un cerro pequeño, amarillo y seco, como toda aquella región abrasada por el sol de España en julio. Al este, unas casas blancas, arremolinadas en torno a un campanario, parecía que a pesar del calor se amontonaban como si tuviesen frío o para conjurar algún miedo atávico y tan antiguo como la tierra.

Detrás de él, su escuadra, una veintena de muchachos de todos los rincones de Francia, alsacianos, normandos, marselleses… alistados al calor de la república algunos y los más bajo el influjo imparable de “El Corso”. Realmente, Benoît pensaba que todos ellos habían escapado de vidas esforzadas y miserables en las granjas paternas, lo que no esperaban es que la vida en el ejército francés lo era aún más, con el añadido de poder acabar despatarrado en cualquier campo de Europa siguiendo al Emperador.

Los observaba por las noches cuando acampaban, muchos de ellos aún tenían un rastro de horror en los ojos después de lo que habían visto y hecho en Madrid. Dios, había sido difícil hasta para él que llevaba gastando botas desde que se alistó como tambor para la expedición de Egipto. Cuando volvió, ingresó en los coraceros, si iba a recorrer medio mundo, por lo menos que fuese a caballo.

Madrid, aquellas calles estrechas por las que tenían que ir en formación de a dos, aquella turba enfurecida que les lanzaba de todo desde las ventanas. Eso cuando no salía alguna mujer enloquecida que tijeras en mano acuchillaba caballo, bota, pierna y lo que encontrase hasta que inevitablemente caía con el cráneo partido de un sablazo que el propio soldado se espantaba de haber lanzado contra una modistilla o una lavandera, quizá igual de dulce que la que lo esperaba en Dijon.

Pero aquello no fue algo momentáneo o aislado. Fue una batalla que duró todo el día y cuyo acto principal tuvo lugar contra aquellos soldados que habían sacado los cañones a la calle, disparados primero por profesionales, después por hombres, mujeres, curas, adolescentes iracundos contra los que Benoît y su escuadra cargó con el pesado sable en alto y que uno a uno fueron matando, porque solo los muertos cesaban en su empeño. Aquella noche ya lo vio en los ojos de sus hombres y supo que aquello les había cambiado a todos.

Ahora frente a aquel pueblo, la cosa parecía distinta. Iban en descubierta, tenían que confirmar los rumores que habían llegado a los generales de que el ejercito español preparaba un último esfuerzo y que junto con tropas irregulares podían estar cerca de una población llamada Bailén, a unos veinte kilómetros de donde se encontraban.Aquello que tenían frente a ellos no era Bailén, era mucho más pequeño, pero aquellos jinetes formados apuntando con sus lanzas hacia ellos, aquellos, sí eran un obstáculo. Allí habría treinta o cuarenta, los suficientes como para que Benoît supiese que debía volver grupas y alejarse. Indicó a sus soldados que volviesen al campamento, que él iría después cuando hubiese observado mejor a los lanceros. Benoît vio alejarse a unos y a otros, se bajó del caballo y poco a poco se fue despojando de todo aquello que lo pudiese vincular con el ejército francés. Después volvió a montar a caballo, al sur estaba el ejército español, al norte el francés, era por la tarde, así que le pareció de buen augurio seguir la marcha del sol, comenzó a cabalgar hacia el oeste pensando qué se en- contraría, pensó en Portugal y el gran océano y más allá América. Puede ser, se dijo mientras veía como se ocultaba el sol que ahora marcaba su camino.

Como pompas, cinco años después

En éstas fechas se cumplen cinco años de mi primer libro, Como Pompas de Jabón, ya que coincide con el inicio de este blog voy a dedicar las primeras entradas a recordar(me) aquella experiencia que fue publicar un libro.

Como comienzo voy a poner aquí una de las citas que iniciaban el libro y el poema con el que acaba el libro.

La cita es de Jose Emilio Pacheco, uno de los poetas que más me gustan:

Esta ciudad “no tiene historia, solo martirologio.”
El país del dolor.
La capital del sufrimiento,

el centro deshecho
del inmenso desastre interminable.

José Emilio Pacheco.

Y el poema, que está marcado con el número XX, es este:

Estas palabras son vestigios,
estratos arqueológicos
para que mañana
quien los lea, sepa
o, tan solo atisbe,
que un día llamé a alguien
padre y madre.
Pero la arqueología es una ciencia
difícil y esquiva
que interpreta
por todos los medios materiales
e informáticos de los eruditos,
aquello que en el fondo
no es más que olvido.