Los ojos fríos del inquisidor se relajaron a medida que la confesión iba avanzando. No había hecho falta llegar a la persuasión física, tan desagradable por otro lado, por lo que tenía de humillación por parte del reo cuando empezaba a confesar. La justicia de Dios había prevalecido. Aquel hombre viejo, de pelo blanco, revuelto y mirada lunática se desdecía ante el tribunal y los presentes de todas sus herejías.
¿La tierra se mueve? Están locos, si les dejásemos sumirían en el caos a la sociedad, solo la Santa Madre Iglesia tiene la potestad de decidir sobre estas cuestiones, solo los doctores de la iglesia adoctrinan.
Este loco, con su telescopio, ese instrumento diabólico, el Creador nos ha dado ojos, nada hace falta para aumentar su visión, estamos siendo blandos. Deberían quemar todos esos instrumentos y todos los libros que incitan a su uso.
Galileo estaba cansado, había tenido que desdecirse de todas sus tesis. El hastío fue el principal motivo para su confesión, no tenía fuerzas para seguir luchando contra aquella roca insensible que era la inquisición. Por más razones, por más pruebas, aquellos hombres nunca soltarían su presa, ni cederían su posición de privilegio. Si la tierra se mueve alrededor del Sol, la humanidad, la creación del Señor ya no será el centro del Universo y sobre todo, tendrían que reconocer que estaban en un error.
Galileo había dejado de escuchar y solo miraba como corría la tarde a través de la ventana, la oscuridad iba tomando su lugar. Podía imaginarse la luna saliendo, en cuarto creciente y cerca de ella a unos pocos grados, hacia el horizonte, dirección noreste, le acompañaría venus, el planeta caliente al que la diosa romana le da su nombre. Solo quería, a aquellas alturas, que le dejasen en paz y poder seguir viendo atardecer los años que le quedasen.
El orador terminó y el juicio se dio por terminado. El viejo lo agradeció en su interior. Se acercaron sus amigos y el dogo del presidente del tribunal intuyendo que aquello había terminado se levantó y se desperezó ostentosamente, el perro, como una estatua, había permanecido tendido inmóvil a los pies de su amo mientras el juicio se había celebrado. El viejo, pasó sus ojos por las túnicas negras y las tonsuras de los clérigos, miró a los peligrosos ojos claros del inquisidor y haciendo un gesto con la mano hacia el perrazo dijo a sus amigos
– y sin embargo, se mueve.