Sin Dios

Dios ha muerto. Busquemos otro, un mesías, un vendehumo, lo que sea. Lo que sea menos esta incertidumbre, esta zozobra, este sin vivir. Dios a muerto ¿y quién se hace responsable ahora de esto? A quién le decimos “A ver ¿dónde está el encargado?”

Nietszche mató a Dios y creyó que vendría el superhombre, aquel que no necesitaría a nadie ni a nada. Pero el hombre (y la mujer) es débil y empezó a buscar aquello que le garantizase su vida sobre esta tierra. El siglo XX fue el siglo de los avances técnicos y sociales, en Europa se pasó de una esperanza de vida corta, con miles de bebés muertos que no llegaban a la edad del destete y decenas de miles de personas que morían por causas que hoy son poco menos que insignificantes, a poder disfrutar de una vida larga. El progreso, las máquinas, en eso empezó a creer el hombre “y es que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, léase cantado con el tonillo de famosa zarzuela.

Y entonces llegó una guerra, una como no se había visto nunca, precisamente por el carácter industrial que tomó cuando se usaron con saña las eficacísimas armas y los gases letales. Incluso se usó el reciente invento del avión para matar al enemigo, por fin el hombre lograba el sueño de volar como los pájaros y una de las primeras aplicaciones que se le dio fue la de matar. En definitiva fue una guerra en la que los contendientes no tuvieron más remedio que esconderse bajo tierra y esperar a que el enemigo se desangrase antes que ellos. Millones de muertos hicieron que Europa dejase de pensar en dioses y en superhombres, el que estaba vivo lo celebraba.

Después llegó la siguiente como un segundo acto de la primera, más brutal y atroz, más industrial y más despiadada, nadie estaba a salvo, cualquier ciudad o aldea era susceptible de ser arrasada. Y qué decir del holocausto, de la solución final para exterminar y erradicar de la tierra a todo un pueblo. El hombre no tenía Dios y no tenía remordimientos, no había nadie que nos pidiese explicaciones. Pero tras esas dos grandes catástrofes el avance de la tecnología, el acceso a alimentos de calidad, la protección social hicieron de Europa y EEUU un oasis en un mundo no siempre bien alimentado ni siempre en paz.

Y pasaron las generaciones y llegamos los que no conocimos el horror de las guerra, ni el hambre, ni la enfermedad. La esperanza de vida se había disparado hasta cerca de los ochenta años. Nuestra vida larga, cómoda, importante (no se cansaban de repetirlo en la tele) los psicólogos, los políticos. Y seguíamos sin Dios ¿quién lo necesitaba?

Y entonces llegó. Un virus de China nos cambió la vida. Derrumbó ese modo despreocupado del que puede aborrecer de la rutina por que sabe que nunca tendrá que vivir de sobresalto en sobresalto. Y entonces miramos a la ciencia, a la técnica y descubrimos que ambas avanzan sobre la duda, que ninguna era capaz de contestar la pregunta de cuánto tiempo estaría entre nosotros el virus. La gente moría y nos teníamos que encerrar en casa mientras la ciencia avanzaba en zig zag, la gente maldecía y desconfiaba. Ignorantes y sin ganas de saber cómo se alcanza el conocimiento y de que el mismo cuestionamiento es la base de su éxito, muchos se echaron las manos a la cabeza y donde antes veían firmeza y una base sólida sobre la que descansar sus miedos pensaron que todo era mentira, que no hay nada cierto ni nada inmutable, ni siquiera Dios.

Y miraron hacia falsos ídolos, como el pueblo de Israel cuando bajó Moisés con las tablas de la ley. Escucharon a aquellos que les decían: “esto no es verdad, no existe, todo es mentira, todo es un montaje para controlarnos. Hazme caso a mí que yo sí se lo que ocurre”. Ofrecían certeza a precio de saldo, intelectualmente defectuosa y comercialmente rentable, pero al fin y al cabo certeza. El hombre ha creído los cuentos desde el principio de los tiempos sobre todo aquellos que le tranquiliza y que le hacen dormir más tranquilo por las noches.

Ya lo dejó escrito León Felipe:

que la cuna del hombre la mecen con cuentos,

que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,

que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,

que los huesos del hombre los entierran con cuentos

y que el miedo del hombre…

ha inventado todos los cuentos.

…”

Nietszche esperaba que el superhombre se impusiera, aquel capaz de vivir sin Dios, sin ídolos, aquel capaz de asumir nuestra debilidad y la incertidumbre, aquel que reconoce que vive en una enorme roca flotando en medio del espacio y que no tiene ni idea de nada o casi nada. Creyó en el superhombre pero de momento el hombre (y la mujer) a menudo prefieren creer un cuento y arropar a sus hijos todas las noches pensando que hay una explicación para todo.

Los mercenarios somos gente de fiar

I

En su presencia, ninguno de nosotros se atrevió a contradecirle, después, en la cantina, fue saliendo de nuestras bocas un murmullo cada vez más audible que pronto se convirtió en voces cargadas de ira que eran contestadas por golpes de manos temibles sobre las robustas mesas de roble. Las lenguas se entremezclaban, se oía flamenco, pero también francés y por supuesto español y el alemán tosco de los suizos. Los gritos se calmaban y fue el momento en el que vi la oportunidad. Me subí a una mesa y poco a poco, con gruesas razones iba llevando a mi orilla a aquella soldadesca desairada y violenta. Al final cuando les repartí la bolsa llena de monedas de oro y les prometí muchas más, pocos fueron los que no quisieron pasarse al bando hereje, ni que decir tiene que el que no lo estuvo pagó allí mismo la apuesta con su vida. Ya se sabe, los mercenarios somos gente de fiar, si hay oro de por medio, claro. Quien esté dispuesto a luchar gratis deshonra la profesión.

II

Lo que no pude prever fue lo que vino después, salieron del tugurio en el estábamos y fueron directos buscando la tienda del capitán que una hora antes les había parado los pies. Lo encontraron limpiando y cargando su pistola, así que Gastón, el parisino, que iba el primero recibió una contestación entre los dos ojos cuando entró con la espada en alto y vociferando con muy malos modos, el segundo, Jürgen el tuerto, se encontró una estocada fea en pleno estómago. Pero la marea no es algo que se pueda contener y aquella turba acabó con la vida de mi querido hermano, pero padre, ya sabe, son cosas de la guerra, puede pensar que fue culpa mía, que no debería trabajar para los que luchan contra la fe verdadera, pero hoy por hoy, el gran Felipe IV nuestro señor, no puede pagarme tan bien como sus enemigos y uno se debe a su profesión antes que a su rey.

Frente a Rocroi, 20 de Abril del año de nuestro Señor de 1643.

Y París fue liberado

Ayer, 24 de Agosto hizo 77 años que una compañía de republicanos españoles encuadrados en una división francesa pertrechada por los americanos, fueron los primeros soldados aliados en entrar en París. Venían de una guerra civil, de luchar contra los alemanes en en norte de África y eran la punta de lanza del avance aliado. Fue tan anecdótico como heroico, luego fue olvidada la contribución de los republicanos españoles y la geopolítica de después de la guerra hizo a Franco conveniente y a su país prescindible ¿a qué me suena esto hoy mismo?

Cuando descubrí la historia de la 9 enseguida quise escribir sobre ello, quise saber más de aquellos hombres y quise saber más sobre aquellas mujeres, sobre aquella generación que vivió la guerra, que no la pidió, ni la buscó, pero que hubo de afrontar años de miseria y miedo. Quería hacer una novela sobre la vida, que nos sorprende y nos arrastra, que no nos pregunta ni para lo bueno ni para lo malo, que nos lleva de aquí para allá y que pasados los años nos hace sentirnos felices de, por lo menos, seguir en pie. Por eso la novela parecía que solo iba a ser un relato de hechos de guerra, de unos contra otros y al final se convirtió en la historia de ella de Elena. Ella que no participa en la batallas pero que ve su vida zarandeada igual o más que la de Manuel.

Como recuerdo a ese día de hace ya tantos años y de esa novela que escribí y me quisieron publicar en 2017, cuelgo aquí parte del capítulo en el que la 9 entra en París:

Capítulo 14, segunda parte. Las derrotas de Elena.

Javier Reverte

Ha muerto Javier Reverte y voy a echar mucho de menos los libros que no ha escrito. Viajero y escritor aprovechaba cada huída de la rutina para hablarnos de literatura, de escritores, de gente y de paisajes. Leer sus libros es asomarse a la historia de cultura de allí por donde pasaba y de la nuestra. Siempre mordaz y siempre agudo observador, gracias a él he descubierto mis ganas ocultas de conocer África, o el amazonas, o el ártico. He paseado con él por la Sicilia de Lampedusa, el Mediterráneo de Homero, el Nueva York del jazz y la Roma eterna. La mejor forma de rendirle homenaje es leyendo sus libros. Gracias por todo y buen viaje.

Alberto Caeiro

Fernando Pessoa escribió a menudo usando seudónimos, lo que él llamaba heterónimos, uno de ellos fue Alberto Caerio y bajo este nombre escribió el poemario El guardador de rebaños y de él extraigo solo dos versos, que hablan de su autor y muchos otros:

Ser poeta no es mi ambición.
Es mi manera de estar solo.

Alberto Caerio (Fernando Pessoa)

Volver

Volver, volver a pisar las calles nuevamente, primero con esa canción en la cabeza y después con el resto de la banda sonora asociada, pegada a esos paisajes, a eso recorridos.

Volver y asegurarnos de que todo sigue igual y de que todo ha cambiado. Volvemos heridos, convalecientes, recuperándonos de una enfermedad que ha tocado a los infectados y a los que no; todos hemos sido enfermos y todos la hemos sufrido.

Salir a Sol desde la boca del metro, guiñar los ojos a la luminosidad de la mañana y bajar por Alcalá, cambiando de una acera a otra y ver los edificios renovados, las obras no han parado en este tiempo. Cruzarte con algún turista con un plano en la mano y reprimir las ganas de acercarte para decirle, aquí estoy, he vuelto.

Echar a andar y hacer que tus pies recuerden la cadencia exacta para pasear por esas calles, para sentir la irregularidad de los adoquines, para acercarte al mundo que era, que fue y al que vuelves, tan igual y tan distinto.

Madrid desierto, como si fuera agosto, pero ya sabemos todos como es de verdad Madrid desierto y no es así. Ahora parece más bien en pausa, al ralentí, pero no desierto como cuando no había gente, ni coches, ni vida. Tomadas las calles por el miedo y la incertidumbre. Nunca antes estos dos estados mentales habían adquirido consistencia corpórea como lo han hecho ahora; mirabas por la ventana y podías ver al Miedo enseñoreado de acera a acera pasear orgulloso de lo que había conseguido y saludar espléndido a la Incertidumbre instalada a las puertas del supermercado.

Volver a vagar por las aceras, detenerse al llegar a Cibeles y mirar alrededor, ver como se abre el semáforo y los coches, muchos coches, pasan a tu lado y sentirlo como nuevo. Quedarte parado buscando calle arriba la Puerta de Alcalá y sentir como te rodea la gente, como guardan un espacio a tu alrededor haciéndote el vacío.

Bajar por el Prado, visitar a Velazquez y ver la entrada del Botánico, puerta de paso a otro mundo dentro de la ciudad. Y al otro lado, el Ministerio de Sanidad, epicentro de indecisiones y aglutinador de esfuerzos: apretar lo dientes y seguir adelante desbrozando una selva inexplorada y profunda.

Al lado, una plaza, una de de esas plazas madrileñas sacadas a hurtadillas de entre dos calles, conquistadas por terrazas y sombrillas hendidas en el suelo como banderas al viento. Terrazas llenas, ocupadas por gente de fuera y de dentro, sentados casi en el borde de las sillas, prestos a levantarse, mirando a hurtadillas a un lado y otro, buscando con los ojos de hace unos meses, con la mirada cohibida, entrenada en ventanas y balcones, cualquier amenaza, cualquier vestigio de los monstruos que nos encerraron, del miedo y de la incertidumbre que acabaron con la vida despreocupada y desentendida de esta ciudad adolescente.

Vargas Llosa vs Borges

A propósito de la publicación la semana que viene de un libro de Vargas Llosa sobre Borges: «Medio siglo con Borges», Editorial Alfaguara, en el periodico El Pais recuerdan esta entrevista que el peruano le hizo en su casa de Buenos Aires.

Es muy divertido ver como Vargas Llosa intenta llevarle por un lado u otro y Borges pasa de él con respuestas lacónicas y cortas, da la impresión de que le estaba aburriendo mucho. Saca a colación una frase sobre su reticencia con las novelas recordándole una frase que pronunció en el pasado: “Desvarío empobrecedor el de querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que se puede formular en una sola frase”. A lo que el autor argentino le contesta con ironía y desgana: «Sí, pero es un error, un error inventado por mí. La haraganería, ¿no? O la incompetencia».
Pero la mejor respuesta es la que le da a esta pregunta:

» MVLL. Pero, entre los autores más importantes para usted, ¿no hay ningún novelista?
JLB. …»

Sin duda un silencio incómodo.

Borges fue poeta, cuentista y ensayista y en lo que sí tiene razón Vargas Llosa es en reconocer la calidad y la importancia de lo que escribió, para lo que no necesitó nunca nada más que unas pocas páginas o unos pocos versos.

80 años de la publicación de Poeta en Nueva York

Hoy se cumplen 80 años de la publicación póstuma de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca. Reúne poemas que fueron escritos entre 1929 y 1930 en un período en el que el poeta cruzó el Atlántico con la excusa de estudiar inglés y en un momento difícil de su vida. Allí entre clases y conferencias en la Universidad de Columbia escribió uno de los libros más relevantes de la poesía contemporánea.

Trajo los poemas escritos a su vuelta a España pero no se publicaron hasta 1940, una vez asesinado el poeta. Vieron la luz, por supuesto fuera de su país, simultáneamente en Estados Unidos y México.

El primer poema del libro es este:

Vuelta de Paseo

Asesinado por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.

Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!

Otro poema, posiblemente el más conocido, es Pequeño Vals Vienés, sobre todo en la versión musical que hizo y popularizó Leonard Cohen. Aquí dejo la versión en español de Silvia Pérez Cruz y Pájaro a la guitarra:

Defender la alegría

Cualquier momento es bueno, pero este lo es especialmente para recordar el poema de Benedetti y lo que proclama.

Defender la alegría como una trinchera
Defenderla del caos y de las pesadillas
De la ajada miseria y de los miserables
De las ausencias breves y las definitivas

Defender la alegría como un atributo
Defenderla del pasmo y de las anestesias
De los pocos neutrales y los muchos neutrones
De los graves diagnósticos y de las escopetas

Defender la alegría como un estandarte
Defenderla del rayo y la melancolía
De los males endémicos y de los académicos
Del rufián caballero y del oportunista

Defender la alegría como una certidumbre
Defenderla a pesar de dios y de la muerte
De los parcos suicidas y de los homicidas
Y del dolor de estar absurdamente alegres

Defender la alegría como algo inevitable
Defenderla del mar y las lágrimas tibias
De las buenas costumbres y de los apellidos
Del azar y también
También de la alegría

Mario Benedetti

Y aquí podemos escuchar la versión que hizo Serrat en el disco El Sur también existe en el que versionaba poemas del poeta uruguayo.

Que no se nos olvide defenderla cada día.

Unamuno poeta

Además de filósofo y escritor, Unamuno también escribió poesía. Como buen miembro del 98, España le dolía y parece que, en el fondo, no ha cambiado tanto.

«¡Ay triste España de Caín!»

Un trozo de planeta por el que cruza
errante la sombra de Caín.
Antonio Machado

¡Ay, triste España de Caín, la roja
de sangre hermana y por la bilis gualda,
muerdes porque no comes, y en la espalda
llevas carga de siglos de congoja!
Medra machorra envidia en mente floja
—te enseñó a no pensar Padre Ripalda—
rezagada y vacía está tu falda
e insulto el bien ajeno se te antoja.
Democracia frailuna con regüeldo
de refectorio y ojo al chafarote,
¡viva la Virgen!, no hace falta bieldo.
Gobierno de alpargata y de capote,
timba, charada, a fin de mes el sueldo,
y apedrear al loco Don Quijote.

Miguel de Unamuno

De todos es conocida su frase «Venceréis pero no convenceréis».